En los últimos años, se han realizado investigaciones que dan luces acerca del papel que juega la curiosidad en el proceso de aprendizaje y su neurobiología. Hay aún muchos interrogantes, sin embargo, la información obtenida en dichas investigaciones nos permite emplear estrategias para facilitar el aprendizaje en el aula.
¿Qué es la curiosidad?
En lo cotidiano, nos referimos a la curiosidad como ese deseo de saber y conocer más de lo que ya conocemos. En el ámbito científico, la definición del concepto no es tan simple, ya que se ha estudiado la curiosidad desde distintas aproximaciones. Tenemos, por ejemplo, los estudios realizados por Daniel Berlyne, psicólogo e investigador pionero en el tema. Entre sus aportes se destaca la clasificación de la curiosidad en dos categorías: la curiosidad perceptual, producto de estímulos sensoriales externos, que nos motiva a experimentar con el entorno, y la curiosidad epistémica, propia de los humanos y cuya manifestación se observa en la búsqueda de conocimiento producto de enigmas y vacíos conceptuales (Román, 2016).
De los estudios de Berlyne derivan otras aproximaciones que distinguen la curiosidad como un estado y como un rasgo. La curiosidad como estado es la activación que genera cualquier interrogante o estímulo externo desconocido. Es un estado pasajero ya que disminuye la activación al momento de ser descifrada la interrogante. La curiosidad como rasgo, es intrínseca en la persona y perdura en el tiempo, motivándole a buscar respuestas y aumentar sus conocimientos.
Como se puede observar, no hay una única aproximación al estudio de la curiosidad, es por ello que, una definición específica o cerrada del concepto sería inexacta. Por lo que, podemos decir que es un concepto multidimensional del cual queda mucho por conocer.
La curiosidad y el aprendizaje
La curiosidad es innata en los niños y es el motor de encendido para el proceso de aprendizaje. Desde pequeños interactúan con el entorno y cuando ya aprenden a hablar no paran de hacer preguntas. Todo esto es curiosidad en acción, poniendo a prueba el mundo que les rodea. Un estudio realizado en la Universidad de Michigan con 62 niños de Kindergarten de diferentes estatus socioeconómicos arrojó como resultado que, aquellos que tenían una curiosidad-rasgo elevada demostraban habilidades matemáticas y lecto-escritoras superiores a las de los niños que no presentaban esta característica, independientemente de su estatus socioeconómico.
Otro estudio realizado en la Universidad de California dejó en evidencia la activación de áreas del cerebro relacionadas con la recompensa y el placer en momentos de alta curiosidad. Se les pidió a los participantes que seleccionaran de un listado las preguntas que más curiosidad les causaban e indicarán aquellas que les causaban menos curiosidad. A través de imagen por resonancia magnética (IRM), se pudo observar la activación en las áreas del cerebro arriba descritas cuando los participantes revisaban las preguntas que más despertaban su curiosidad. Adicionalmente, se observó actividad en el hipocampo, área relacionada al almacenaje de información nueva. Además de la actividad cerebral observada durante la tarea, se comprobó que aún días después, los participantes recordaban la información obtenida relacionada a aquellas preguntas que despertaron su curiosidad.
Este estudio también mostró que las personas recordaban imágenes, que se les presentaron de forma aleatoria, en momentos donde se encontraban con un estado de alta curiosidad durante el experimento. Esto indica que, ante un estado de curiosidad, podemos incluso recordar información incidental o poco relevante en el momento.
La curiosidad en el aula
Podemos aprovechar los conocimientos de las neurociencias dentro del aula para favorecer el aprendizaje en nuestros estudiantes.
Judy Willis, neuróloga y educadora, sugiere que en clase podemos activar el estado de curiosidad en nuestros estudiantes con elementos novedosos e inesperados. Una pieza distinta de ropa, un accesorio, objetos inesperados, colores distintos, variaciones en el tono de voz, un video o fotografía curiosa, pistas, piezas de rompecabezas, variaciones en el movimiento, cualquier cosa que pueda crear esa intención de predecir lo que va a suceder. Ella indica que se observa activación en el cerebro cuando intentamos predecir algo, y es ante la posibilidad de predecir donde se observa el estado de curiosidad en su pico.
Daniel Willingham, PhD. en Psicología Cognitiva, recomienda que expongamos a los estudiantes a resolver incógnitas. Cuando logramos resolver problemas o realizar satisfactoriamente retos a nivel cognitivo, se libera dopamina, un neurotransmisor relacionado con la recompensa en el cerebro. Willingham hace hincapié en la importancia del grado de dificultad de dichos retos, ya que, si son demasiado fáciles o se les brinda la respuesta demasiado pronto, no se genera esta respuesta placentera, sin embargo, tampoco es recomendable presentar incógnitas demasiado difíciles que el alumno no pueda resolver por sí mismo ya que tampoco se logra el cometido.
En conclusión, podemos hacer uso de los conocimientos obtenidos a partir de investigaciones en el campo de las neurociencias y darles vida en el aula a través de estrategias para facilitar el proceso de aprendizaje en los estudiantes. Si bien es cierto, el aula y el laboratorio son dos lugares distintos. En el laboratorio las variables cuentan con un nivel de control diferente al del aula de clases, sin embargo, esto no significa que los conocimientos obtenidos en el laboratorio no son pertinentes a la realidad del aula. Todo lo contrario, la neuroeducación busca unir ambos contextos en beneficio de nuestros estudiantes en un mundo que se encuentra en constante cambio.