26 de October de 2021, Alex

La híperfelicidad, esa absurda falacia

La sociedad actual está siendo peligrosamente influenciada por individuos esbeltos de contenido vacío; que están guiando a la multitud hacia el abismo utópico de la felicidad perenne, la existencia perfecta, y un excesivo optimismo ilusorio. Vidas felices donde abunda la perfección y escasea la tristeza, el dolor y el fracaso

La sociedad y la Hiperfelicidad La sociedad en su mayoría parece orientada por una minoría desconocedora de los procesos internos del ser humano, y los factores externos a los que está expuesto; conllevando a una inminente frustración colectiva que puede desembocar en una masiva afectación de la salud mental de la población mundial, y una dolorosa pérdida de identidad como ser de creencias, afectos y emociones. Frases de superación personal repetitivas como “todo se puede- el límite es el cielo- querer es poder- tú eres el único artífice de tu futuro- nacimos para ser felices, no para el sufrimiento ni el dolor”; aunque alentadoras y potenciadoras de conductas funcionales y positivas; tienden a generar el efecto contrario si no se tratan cuidadosamente y si no se contextualizan en torno a la especificidad del sujeto. Fácilmente, pueden pasar de ideas de superación motivantes a mandatos autodestructivos, en los que se sataniza todo aquello que sea discordante. Por lo general, este tipo de informaciones emitidas desde esta pequeña minoría, están siendo proliferadas riesgosamente a medias, con el fin que los receptores sólo obtengan lo que es conveniente y oportuno tanto para el emisor como para ellos mismos, pues simultáneamente se les está hablando sólo desde lo que la población quiere escuchar, y como recompensa quienes promueven ésta falaz y utópica filosofía siguen ganando adeptos que erróneamente la corroboran. Así mismo, se anula la verdadera realidad, alegorizando el resultado final, sin enfatizar ni profundizar en el proceso.  Y justo allí, en el proceso mismo es donde se evidencian la infinidad de factores que constituyen a cada persona, los cuales no sólo son internos, sino externos; precisamente en ese sendero de acciones que posibilita determinado resultado es donde se hacen visibles las debilidades, los límites, las amenazas, las fortalezas y oportunidades de cada ser humano, los cuales son diferentes para cada caso.
El peligro de la hiperfelicidad continua En este punto, la postura excesivamente optimista promotora de la híperfelicidad perenne, se torna peligrosa; pues no solo suele relegar las diferencias individuales de los sujetos, sino que a su vez tiende a negar la existencia de procesos propios del ser humano y sumamente importantes para su evolución y supervivencia, como lo son las emociones en todo su esplendor y en toda su gama, así como situaciones de dolor, pérdida y fracaso; las cuales difícilmente pueden evitarse pues por lo general, son el producto de agentes externos a cada persona que no son del control pleno y absoluto del individuo.  El hecho que le des la espalda a algo pretendiendo esquivar o negar su existencia, no hace que desaparezca, sino que resista, y esto lo hace más fuerte y tóxico. No se trata de anular al individuo como promotor y gestor de felicidad, y mucho menos negar sus capacidades para lograr metas propuestas; no obstante, cabe enfatizar que, si bien el ser humano está dotado para asumir nuevos retos y alcanzar logros y éxito, también en su naturaleza humana se constituye de límites y debilidades asociados tanto a factores internos como externos fuera de su alcance y que no pueden ser controlados.
El peligro de la hiperfelicidad continua En este punto, la postura excesivamente optimista promotora de la híperfelicidad perenne, se torna peligrosa; pues no solo suele relegar las diferencias individuales de los sujetos, sino que a su vez tiende a negar la existencia de procesos propios del ser humano y sumamente importantes para su evolución y supervivencia, como lo son las emociones en todo su esplendor y en toda su gama, así como situaciones de dolor, pérdida y fracaso; las cuales difícilmente pueden evitarse pues por lo general, son el producto de agentes externos a cada persona que no son del control pleno y absoluto del individuo.  El hecho que le des la espalda a algo pretendiendo esquivar o negar su existencia, no hace que desaparezca, sino que resista, y esto lo hace más fuerte y tóxico. No se trata de anular al individuo como promotor y gestor de felicidad, y mucho menos negar sus capacidades para lograr metas propuestas; no obstante, cabe enfatizar que, si bien el ser humano está dotado para asumir nuevos retos y alcanzar logros y éxito, también en su naturaleza humana se constituye de límites y debilidades asociados tanto a factores internos como externos fuera de su alcance y que no pueden ser controlados.
Cuando la felicidad se torna en normalidad Esta idea de pseudofelicidad permanente de fácil acceso, expone a los sujetos a situaciones de frustración al establecer metas que colindan con lo irreal e ilusorio, y hasta imposible; porque pretende que los individuos permanezcan en un estado constante e inamovible de calma, serenidad, alegría; suprimiendo a su vez emociones de miedo, ira y tristeza innatas en las personas y necesarias para sobrevivir. La sensación de incapacidad y, en consecuencia, de frustración, se genera cuando se cree que alcanzar este estado de híperfelicidad, es más la regla que la excepción; entrando así en discordia y animadversión con todo aquello que supone lo contrario.  Afianzar la idea que cada individuo es el único que puede establecer sus límites y que sólo depende de sí mismo para alcanzar sus metas; es una forma solapada pero poderosa de aniquilarlo como ser social, político y en constante relación con el “otro” y con el entorno natural en el que habita. Si bien en su individualidad el ser humano es poderoso, dicho poder se afianza en su vinculación con los demás y con el medio que lo circunda; la génesis de su gran fortaleza y empoderamiento subyace en la capacidad de relacionarse con el otro como ser socio afectivo y político, así como en los vínculos que teje con el mundo natural donde se desarrolla.  Esta falsa idea posiblemente desembocará en un ser egotista, aislado y de ligereza mental; que avanzará sólo en la búsqueda de su propio bienestar desconociendo el bien común. A su vez, no se puede desconocer que habitamos en un mundo dinámico, donde el mismo cambio y la inestabilidad generan caos, problemáticas sociales, culturales, políticas que afectan en gran medida el bienestar de los individuos. Negar la existencia del dolor, la tristeza, la ira, la inconformidad, para adentrarse inexpertamente al vació de la híperfelicidad; es lo que enferma al cuerpo, a la mente y a las emociones; la incapacidad de sentir y expresar emociones propias del ser humano genera castración de las mismas, las cuales no desaparecen sino que se acumulan a la espera de salir a la luz de manera explosiva y disfuncional, distorsionando la relación consigo mismo, con el otro y con el mundo que habita.
La felicidad, un modo de vida Por ende, la felicidad más allá de una meta por alcanzar, debe constituirse en una forma de vivir que nada tiene que ver con la anulación de momentos de tristeza, rabia, dolor o fracaso. Por el contrario, es un estado que permite vivir en armonía con todo lo que conforma la existencia misma del ser humano; la cual se construye de senderos sinuosos donde abundan los ascensos, los descensos, las curvas y algunos trayectos rectos. Las situaciones de dolor y fracaso, permiten reorientar y reacomodar el camino acorde a las competencias y habilidades propias, estableciendo metas viables y reales que nada tienen que ver con expectativas inalcanzables creadas por el colectivo. No es castrar al ser soñador en su creatividad e imaginación, sino abrirle un mundo de posibilidades reales desde la reconciliación con sus debilidades y sombras. Es promover que se asuman conductas resilientes, sanadoras y restaurativas que permitan la coexistencia entre las diversas emociones y situaciones que experimentamos; pues cada una en su naturaleza generarán aprendizajes relevantes para la supervivencia y evolución. El dolor nos hace más sensibles y a través del llanto se logra liberar energías tóxicas acumuladas, la tristeza aquieta y silencia permitiendo conectar con el mundo circundante, la ira hace aflorar heridas reprimidas no resueltas; es válido, permitido y sanador estar tristes, molestos, inconformes; es normal sentir dolor y pena por el fracaso; es natural no estar siempre en completa calma, alegría y serenidad. Esta variedad de emociones, sentimientos y situaciones hace parte del proceso equilibrado y evolutivo del desarrollo humano; el cual se potencia desde la coexistencia armoniosa de los mismos.
Inconvenientes de la hiperfelicidad En cambio, pretender vivir desde un estado de permanente felicidad conlleva a la frustración, el enojo, sensaciones de fracaso e incapacidad, porque la naturaleza misma coexiste en un constante caos e inestabilidad para poder reestructurar el orden. Las emociones son pequeñas chispas que todo el tiempo están encendidas, aunque muchas veces, no percibamos su luz, son innatas y por ende, están adheridas y sujetas a la esencia misma de cada ser; anularlas es pretender apagar algo que tiene luz propia y brilla por sí sola; por más que intentes ocultarlas su luz seguirá encendida. La felicidad más allá de ser un estado permanente, irreal e ilusorio; se constituye de pequeños instantes que coexisten con el dolor, la ira, el miedo y la tristeza. Las sombras también hacen parte del micro universo existente en cada ser humano, y en la medida que se logre armonizar con ella la existencia será más plena y equilibrada.
La perfección de la existencia no radica en la capacidad que tienes para ser feliz y para no estar triste; precisamente la madurez emocional se manifiesta en la capacidad que cada persona tiene para asumir y reaccionar frente a las diversas situaciones que experimenta, y la habilidad de fluir frente a las mismas. No se trata de negar o rechazar lo que hace daño o causa dolor como la enfermedad, la muerte, la pérdida de algo o alguien, el fracaso frente a una meta no alcanzada, la impotencia, rabia o miedo frente a eventos estresantes o de violencia; por el contrario, se trata de aceptarlos desde el reconocimiento que sí existen, que son reales y que la mejor manera de asumirlos y superarlos es reconciliarse con su naturaleza de no felicidad, de no agrado, de no serenidad. Se trata de nombrarlos por lo que son vinculándose con ellos desde la armonía y asumiendo el aprendizaje al que cada uno conlleva. Es por ello, que muchas personas recurren a profesionales expertos en Bienestar Emocional, los cuales les ayudan a mejorar la capacidad de buscar la felicidad de uno mismo.
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