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Nacemos con un potencial enorme y con nuestras experiencias, las dificultades y los golpes que nos va dando la vida, poco a poco vamos dejando de confiar en nosotros mismos, nos olvidamos de nuestro nivel de habilidades y capacidades y nos repetimos una y otra vez lo inútiles, incapaces, débiles y poco importantes que somos.
Nos lo repetimos en tantas ocasiones, que al final, acabamos convencidos de ello y por ello, por muchos éxitos o logros y halagos que recibamos, nada es suficiente y seguiremos pensando que no valemos lo suficiente y que otros son mejores, llegando a lastimarnos y menospreciarnos de formas impensables (Congost, 2015).
La autoestima es una experiencia subjetiva que nos condiciona a la hora de enfrentarnos con el mundo, ya que interviene de forma directa en la relación que tenemos con los demás, condicionando nuestras elecciones, nuestros límites, la manera como tratamos al otro y la perseverancia y ambición que tendremos al plantearnos nuevas metas (Congost, 2015).
Cuando no tenemos una buena autoestima, la ruta hacia el bienestar se transforma en una pendiente muy inclinada, ya que surgen infinitas dudas, inseguridades, miedos y comparaciones, todos fantasmas que nos bloquean y hacen que acabemos por darnos por vencido, muchas veces sin intentar ir tras nuestros objetivos (Congost, 2015).
Muchos problemas de ansiedad, depresión, miedo al rechazo o al fracaso, aceptación de malos tratos, problemas laborales, interpersonales, sexuales, suicidios, etc. Empiezan y acaban en la autoestima, el cual es el motivo principal de infelicidad en el ser humano (Congost, 2015).
Nathaniel Branden plantea que la autoestima se forma a partir de dos pilares fundamentales (1995):
– Sentirnos capaces: lo cual implica superar con éxito las dificultades y los cambios con los que la vida sorprende, siendo capaces de seguir adelante y no quedarnos anclados en los problemas, así como también, conseguir los objetivos que nos marcamos, sintiéndonos capaces de cumplirlos o aprendiendo lo necesario para llegar a ellos.
– Sentirnos valiosos: lo cual significa sentir que merecemos conseguir aquello que deseamos, que nos merecemos que nos pasen cosas buenas, que somos dignos, que tenemos necesidades y derecho a expresarlas, que tenemos derecho a mostrarnos tal y como somos, y, en consecuencia, que tenemos derecho a ser felices. Esto implica ser conscientes de lo que valemos y es una forma de respetarnos
Si una persona se respeta a sí misma, eso implica que respetará a los demás y, en consecuencia, su forma de actuar y mostrarse, hará que otros la respeten a ella. En cambio, si una persona no se respeta a sí misma, es probable que adopte conductas poco respetuosas hacia otros, mostrando dificultades para aceptar las diferencias.
Por tanto, si queremos aumentar nuestro nivel de autorrespeto, debemos conectar con nuestras propias creencias de valía personal y con la importancia que tiene como ser humano (Congost, 2015).
Cada persona “elige” si se acepta a sí misma o se niega por ser como es. Cuando nos aceptamos, agradecemos que cada órgano de nuestro cuerpo cumpla su función adecuadamente y siempre intentamos cuidarlo y tratarlo de la mejor manera: comiendo sano, descansado, haciendo un poco de ejercicio, manteniendo la higiene, visitando al médico cuando tengamos algún síntoma, etc.
Mientras que, cuando no nos aceptamos se suele notar puesto que descuidamos nuestro cuerpo y llevamos a cabo conductas destructivas para este como fumar, beber alcohol en exceso, comer a deshoras, dormir poco, ayunar, consumir drogas, autolesionarnos, etc. (Congost, 2015)
Para este tipo de situaciones, siempre es útil que, como psicoterapeutas, le solicitemos al paciente que imagine si tuviera a su cargo una persona de la cual no les gusta su rostro y su cuerpo, y por tanto, empezara a hacerla fumar, beber, consumir drogas, comer sin control, hacerle cortes en la piel e impedirle hacer deporte.
Habitualmente, los pacientes responden que NO harían eso y es cuando se debe señalar que no hay diferencia alguna entre hacérselo a otra persona y hacérselo a uno mismo (Congost, 2015).
Para trabajar la autoestima, Congost (2015), propone varias técnicas. Entre ellas la Técnica del Modelado, a partir de la cual se aprenden nuevas conductas o se alcanzan objetivos a base de copiar la conducta de otras personas que han conseguido su objetivo. Se trata de analizar a estas personas; cómo piensan, cómo sienten, cómo actúan. Habitualmente, estas personas de referencia poseen tres características indispensables: a) tienen claro lo que quieren, b) no dudan en poder conseguirlo y, c) actúan, moviéndose hacia la dirección de sus objetivos (Congost, 2015)
Otra de las técnicas que plantea es el Mapa del Tesoro (Orr, 1970) que es una herramienta que nos permite alcanzar nuestras metas y se enfoca en tres pasos:
1) Definir qué es lo que quiero conseguir, fijando unos objetivos claros, precisos y concisos. Una vez definida la “lista de propósitos” se cuelgan en una cartulina frases, imágenes, palabras…que representes dichos objetivos. Estos elementos van conformado nuestro Mapa del Tesoro.
2) Cerrar los ojos e imaginar que ya hemos conseguido nuestro objetivo, contactando con las emociones que se generan en nuestro interior al vernos con aquello que deseábamos y,
3) Acción, que implica ponernos en marcha y dar los pasos que nos hemos planteado a partir de tener claro lo que queremos, ya que facilita nuestro nivel de apertura y toma de conciencia para ver las oportunidades que se nos presentan (Congost, 2015).
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