La Ansiedad: entre el Miedo y la Esperanza

Charles Darwin (1809-1882), científico inglés, observó que las estructuras que producen la angustia de pánico en los humanos, derivan de las mismas raíces evolutivas que la reacción de “lucha o huye” de una rata, con lo cual, muchos piensan que la ansiedad, pese a toda filosofía y psicología, también es un fenómeno biológico que parece no diferenciarse mucho entre animales y humanos (Stossel, 2014).

El psicoterapeuta y novelista Barry E. Wolfe, señaló en su libro “Comprender y tratar los trastornos de ansiedad (2005) que: “Nadie que se haya visto atormentado por prolongados accesos de ansiedad duda de su poder para paralizar la acción, estimular la huida, aniquilar el placer y dotar al pensamiento de un sesgo catastrófico… La experiencia de una ansiedad crónica o intensa es, por encima de todo, una profunda y desconcertante confrontación con el dolor”.

Por tanto, cuando reducimos la ansiedad a los componentes fisiológicos perdemos el sentido verdadero de esta sintomatología, ya que el ser humano reacciona ante eventos como la muerte, la conciencia, la culpa, la desesperación, la vida cotidiana, mientras que un animal no puede preocuparse por los síntomas que presenta ni interpretarlos de ningún modo, es decir, un animal no puede ser hipocondriaco, por ejemplo (Stossel, 2014).

La ansiedad es el temor de un futuro sufrimiento; la anticipación aprensiva de una catástrofe insoportable que uno como persona no puede impedir. Más profundamente, es una señal de que están fallando las defensas habituales ante ciertos eventos insoportablemente dolorosos para el individuo.

En consulta, muchos pacientes, antes de afrontar la realidad de que su matrimonio está fracasando, de que su carrera profesional no ha resultado como esperaban, de que están acercándose a la muerte o incluso, de que van a morir, generan síntomas de distracción defensivos, transformando la tensión psíquica en ataques de pánico o ansiedad generalizada, e incluso, desarrollando fobias en las que proyectan su tensión interna (Stossel, 2014).

S.S. es un paciente que presenta numerosas fobias. Debido a ello, en las sesiones de psicoterapia se han empezado a utilizar técnicas de exposición imaginada. Previamente, se estableció una jerarquía de situaciones temidas y luego realizó un descondicionamiento simulado en el que el paciente debía representar ciertas imágenes mientras hacía ejercicios de relajación para reducir la ansiedad que éstas le producían.

Aunque el paciente se hallaba a salvo en la consulta e incluso, tenía libertad de interrumpir el ejercicio en cualquier momento, el simple hecho de imaginarse las situaciones temidas representaba un tormento de ansiedad. Las imágenes más simples e irreales (verse sacudido por las turbulencias del avión y marearse, por ejemplo) generaron sudor e hiperventilación en S.S. quien en ocasiones abandonó el despacho para respirar y serenarse.

A lo largo de las sesiones, se le pidió al paciente que se concentrara y pensara qué le generaba ansiedad exactamente. A S.S. le costaba muchísimo responder la pregunta y solo insistía en que cuando estaba delante del estímulo fóbico no podía concentrarse porque sentía un terror tal que lo único en lo que pensaba era en “huir del horror, de su conciencia, de su vida y de su cuerpo”.

Luego de cinco sesiones aplicando la exposición imaginada, S.S. constató que cuando intentaba afrontar la fobia, le distraía una sensación de tristeza y su mente empezaba a vagar sin rumbo. Cuando se le preguntó que sentía, el paciente contestó “Siento una cierta tristeza”, y rompió en llanto. La terapeuta le tranquilizó diciendo “Hemos encontrado algo”.

Estas explosiones de tristeza se repitieron en las siguientes sesiones y S.S. empezó a sentirse relativamente menos ansioso, e incluso, más contento. La terapeuta le comentó que “habían llegado al corazón de la herida”. El paciente le preguntó por qué, la ansiedad era más fuerte que la tristeza y le “azotaba” con más frecuencia. La terapeuta concluyó haciendo una reflexión: “Por mucho que una herida consiga hacerte llorar, resulta menos desagradable que el terror que sientes cuando vuelas entre turbulencias”.

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